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domingo, 6 de mayo de 2012

Un viaje emocionante hacia un agreste destino animal: sobre "El Campo", largometraje de Hernán Belón.


Estás en un auto confortable, es de noche.
Llueve, afuera, y mucho. Pero tenés resguardo, no importa. Estás yendo al campo, por la ruta, en la llanura. Y el campo es un gran lugar hacia el cual vos, ser de ciudad, te estás dirigiendo aunque aún no sepas exactamente de qué se trata. Seguramente vas imaginando ese destino, dibujando líneas de un trazado aún incierto...
Y estás yendo. Yendo, no volviendo. Yendo, hacia adelante. Y todo es futuro, ahora, en este micromundo.
Y vos, en este sitio, sos Dolores Fonzi (Elisa) y a tu lado tenés al bueno de tu marido, Leo Sbaraglia (Santiago), conduciendo con adusta seguridad ese cómodo vehículo con el que en algún momento llegarán allí, al mundo en donde empieza ese futuro que están delineando. Al Campo. A donde él quiere llevarlas, a vos y a Matilde, tu pequeña y hermosa hija.
Y él, ese que conduce tu coche en medio de la copiosa, ya casi amenazante lluvia, es también Hernán Belón. El director de esta película fascinante que está empezando a contarte. Fascinante no sólo por lo arriesgada e inusual –en relación, fundamentalmente, a las últimas apuestas del actual cine argentino- sino también por lo honesta, por lo lograda, por lo directa.
Sin regodeos de ningún tipo, sin atajos, Belón te guía directo hacia ese suelo que quiere mostrarte, que intenta que conozcas. En la oscuridad reinante, en el frío que construye un abrazo circular alrededor, encontrarás el relato que él y su mujer, Valeria Radivo, escribieron para contarte. Y que a partir de que saques el pie afuera de ese cómodo auto y entres, será también Tu historia, Tu Campo.

Y así transcurren Elisa y Santiago: en ese sitio al que él quiso llevarla, al que ella se deja llevar sin haber estado allí nunca. Él conoce el paño y construye grandes planes sobre lo que ya le pertenece. Ella, en cambio, es ajena y aún hay cosas que no sabe.
Y en ese desbalance sobre el destino que los aguarda y que hay que seguir inventando, radica el nudo del problema que va a provocar el conflicto en esta pareja, entre esos padres de una niña que requiere aún más atención que la habitual, en un medio que su ingenuidad desconoce por completo y que implica, por ende, nuevos peligros por todos lados.
En medio de este clima enrarecido y denso, a los actores del asunto tanto como a los espectadores se nos plantean intensas inquietudes.

Por qué al amor sucede el deseo y al deseo el encuentro, y al encuentro sucede el vacío, tal vez. Sucede la distancia, la duda. Hasta incluso la afrenta.
Por qué al regocijo sucede el temor y al temor el miedo, y al miedo no sucede nada más. Hasta que se vaya, ese miedo. Si es que se va...
Por qué la muerte aguarda ahí agazapada, a la vuelta del camino, y puede aparecer sin previo aviso para sumirte de pronto en la pérdida...

El relato es claro, conciso y conmovedor. Impecable y sugerente en su preciosa cinematografía, que subraya las oscuridades y contradicciones de un mundo de aristas contrastantes. Estremecedor en un sonido que te sumerge en ese crudo, agreste ambiente, recordándote a cada instante el carácter material y acechante de cada uno de los elementos que te rodean.

Matilde, la preciosa niña, la hija, es guiada por sus padres a lo largo de este lugar extraño tanto como es llevado por allí el que observa, desde su butaca. Es un sitio de emociones simples y fuertes, a veces violentas, que transmiten los actores con una ductilidad amplísima y conmocionante, que te atrapa allí, viviéndolo con ellos.  

Hay una vieja señora (Pochi Ducasse, extraordinaria en este rol) que carga en sus espaldas toda una vida campestre y es un espejo en el que Elisa - Dolores- no quiere verse reflejada. Pero al cabo del transcurso de un camino imprevisto, ambas crecen con la relación. La más joven, sobre todo, que transita un importante cambio interno que la transforma sutilmente.
Hay un momento de recreo, una noche de diversión en que las tensiones entre Santiago y su esposa se relajan. Ella se pierde alegre en el vaho alcohólico de un delicioso chamamé campestre, en medio de la pequeña multitud que ríe, que se une en parejas, que se da calor. Al cabo de ese intenso desahogo, en donde se acercan las posiciones de los protagonistas, se engendra –creemos- la posibilidad de que la unión entre ambos perdure...

La experiencia servirá para todos, y el viaje nos dejará saboreando lo vivido y aprendiendo de lo reflexionado entre dosis de crudo peligro animal y refinada ciencia humana para traspasar los límites.
 
por: Carolina Graña,  lavialacteafilms@yahoo.com.ar  ///  Mayo,2012.